Solo faltaban un par de minutos para llegar a destino, unos pasos y estaría ahí, donde mi amada, en aquel enorme y gélido lugar, donde la única llama de calor era ella y su rostro. En un momento, estaría ahí, en su mansión.
Cuando mi reloj marcaba en cuarto de hora antes del cuarto de hora más temprano que pretendía llegar, aparecieron ante mí las puertas, cerradas. Dos guardias custodiaban la entrada. Me miraron y comentaron entre ellos. Talvez era mi rostro, antes limpio y ordenado, ahora sucio pero enormemente despierto, gracias a la lluvia que golpeaba como los puños de un gladiador del antiguo coliseo.
Llego donde ellos, el mas cercano a mi me miro con compasión, como quien mira a un loco, y hablo con un sonsonete tan comprensivo como honrado, que casi lloro de la emoción.
- Disculpe lo poco, pero no tenemos nada mas ¿Desea un café?-
Bajo el empapado traje azul, uno de los guardias me ofrecía un vaso plástico lleno de la ardiente bebida. Hubiese aceptado agradecido, pero sabía que ellos tenían mas, al fin y al cabo, adentro había estantes y estantes, en filas, con comida rebosante por ambos lados. Pero mis modales me impidieron rechazar la oferta. Aproveche de hacerle una pregunta a mi benefactor.
- Muchas gracias. ¿Esta ella en casa? –
- Si, ella esta en ‘casa’ – y apunto por uno de los ventanales, hacia el lugar donde estaba ella – ella esta en ‘casa’- repitió, poniendo un idiota énfasis en la última palabra.
Su comportamiento y su tono de voz no me sorprendieron. Ya había estado ahí antes y el recibimiento había sido de golpes. Ahora el guardia solo se resignaba a decir que ella estaba en ‘casa’ y a indicarla por el brillante cristal. Era preferible eso a los golpes.
Paso los treinta minutos y las pesadas hojas de las puertas se abrieron. Aquella mansión, limpia, ordenada, funcional como un reloj suizo, aparecía ante mis ojos. Ahí estaba ella junto a otras mujeres, amigas o hermanas talvez. Puse el pie en la entrada como quien va a entrar en un templo sagrado. El fin y al cabo, eso era: un templo sagrado, ya que por el solo hecho de estar ella ahí, el lugar se volvía especial.
Iba por el cuarto paso cuando ella me vio, la miré dulcemente e incliné mi cabeza hacia mi hombro, derrotada por el peso del amor... Pero su rostro se trastocó lentamente de una sonrisa a una mueca de desesperación. Miro a ambos lados, buscando a alguien, cuando reparó en el guardia, gritó como un demonio, rompiendo el hechizo que producía su belleza.
- ¡Gutierréz! ¡Saca a ese hueón loco del supermercado! -
El que antes me había ayudado, ahora me hechaba a patadas... No importa, mañana es otro día, mañana a las ocho abre de nuevo la mansión... donde vive mi amada
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Una pequeña historia que escribí tiempo atras...