Esto no es un cuento. Apenas escalera del infierno, ni siquiera estación de tránsito. Verlaine frente a Rimbaud: llora y dispara. Es grato especular con la tragedia, avizorar el coro y aullar junto con él la desventura. La pupila, tras la parábola del puño, se compacta en desgarrar de gatos sobre un alfeizar de azul nocturno. El golpe llega. Dicen que debe doler. Duele.
Ayer Courbet, hoy Munch. La calma, la tormenta. Verlaine besa a Rimbaud. Preciosa, precisa, perfecta aliteración de los desamores. Después de ti, la semántica, mis dos debilidades favoritas. Fuego, ilusión de la imaginación y la memoria ilusa cubierta de hojas impresas o viajeras. Esponjado, suave,... Dicen que debe quemar; y quema.
Nacer es despropósito: Sófocles dixit. Lo malo es que se nace de repente, cabecea Voland a un Flaubert triste, sentado en su maleta, rememorando los muros y las miras: de repente te mueres y luego de tres días te sepultan. Marta y María, en sendas sillas, vierten bajo la enagua perfumes de tomillo. También suelen servir, hacia las once y media, copitas de angostura. Lázaro no vuelve. Dicen que debes beber y bebes.
Eterno sepelio. Desnudo frente al frío retomas la prosa oscura; los ojos en la mesa, en la letra alocada. Desnudo abres la frase en dos mitades: medio tú frente a mí, otro medio a la espalda, paradoja de tres que no llegan a dos por ser más de uno y medio. Rimbaud, Verlaine, Flaubert, Marta y María duermen sobre la mesa, yo leo a Eça. Todo se va agotando... Dicen que debe doler: duele.
Giran los ardores del vientre en un puchero: los vuelve, los revuelve, los mezcla, los separa, los liba calientitos con dos toques de azul y uno de ron. Queimada. Flaubert es pernicioso, bien lo sabes. Se nos deshoja entero tras de la sinrazón de la razón que no comprende más razones que las propias. Silogismo incorrecto el del francés, ça va de soie: el corazón no razona; dicen que debe latir: late.
El que nunca duerme, mece entre sus sueños la memoria. La mima, la acaricia, canta un fado, una nana et corpore insepulto gratia plena y amén. Tengo que reestudiar latín, ¿no había en el baúl una vieja gramática en buen uso? Conviene, cuando por amor se elige un náufrago, saber de lenguas muertas y aún de lenguas húmedas como las de los peces, para enredar la propia con la ajena dándole a la saliva el tono justo: ni tanto que diluvie un mar de babas ni menos que sea el beso como un raspor estéril de cardo en flor. Saberlo todo crea sonrisas ocultas. Miento. Sonríe el viajero mirando el equipaje. Calla, tú desde allá me miras, Verlaine duerme, Rimbaud sueña, Marta y María juegan a enamorar el vuelo de las moscas, enagua con enagua confundidas porque nada ni nadie resucita. Dicen que debo estudiar: estudio y beso. Estudio el recuerdo de los besos.
Lo peor de alquilar la sala a los fantasmas es el borrar cansado de sus líneas; escriben por todas partes, en todos lados, sobre cualquier superficie y a no importa qué hora. El rasgueo de la pluma, en un descuido, se cuela entre las piernas muslo arriba y te anota una rima en la cintura, o un epitalamio al bies de la cadera. Ayer, sin ir más lejos, encontré un caligrama de palomas justo en la bisectriz de mi ángulo más sabio, aquel que te miraba escoger flores del vivero, conociendo su futuro. Respetar ahora el tapiz de la piel; Él ya casi no escribe porque viaja, náufrago de sí mismo y sus naufragios. Tan parecido a ti que a ratos, de extrañarte, asomo la cabeza a su veliz por ver si entre los muros y los hierros que esconde, encuentro pedacitos de tu boca con que calmar el hambre de los pulsos e invocar el nombre de aquel que guardaba de los paganos a los moros. Dicen que debo robar, y robo -de la mesa- alguna foto.
Ahora, me miran tomados de sus huesos, falange con falange, mis fantasmas. Más desnudo que ellos, paseo los recuerdos de sus huecos a otros huecos y saco, estremecidos de angustia los dientes, montones de preguntas que son tuyas, de culpas, de pecados, de escamas y adjetivos que te debo. Sólo a través del agujero de sus calaveras puedo hablarte. Dicen que debo temblar: tiemblo.
¿Ves cómo no fue bueno apuntalar la vida sobre el pilar inútil de las letras? Decapita el amor que tout le reste c’est literatture -Es malo tu francés, me susurra Verlaine, las “tes” fuera de sitio- No importa –le contesto- yo quiero que la idea me corte la cabeza, que me arranque de cuajo este sentido noble, doméstico y cabal de la existencia, que me funda en el mar, línea tras línea. ¿De qué me sirve ser cuando aún no es ella? Nada me resta ya salvo palabras. Significados y significantes que nada significan porque han perdido, al menos, un treinta por ciento de tristeza semántica y se desarticulan. Perdieron, por perder, hasta el perfil de sema más pequeño, miniminúscula nimiedad de nada. Y me importa poco volverme trabalenguas; últimamente esto no es un cuento, ni un relato, ni una historia, ni una estampa, ni una miniestupidez de ésas que parecen receta de cocina en la tasca de enfrente. Por ser, es mi encarnación viva de la idiocia: gira y gira, girándula; el hollar de los dedos cerca de los tobillos al son de una guaracha -o huaracha- ni sé escribir el baile ni ganas de buscar un diccionario. – Intento cubrirme la tristeza con piel nueva, Rimbaud con su camisa, Marta y María no se acercan, Voland fuma tranquilo el último cigarro - Sólo Benedetti entiende: Níveos están los ojos de su azúcar. No intentes olvidar, goza y recuerda.
Recuerdos del mar navegándome por dentro. Se estremece en ruido de metal con un insólito temblor de campanarios que obligan a las fieras dibujadas a enterrárseme en las sienes. ¿Ves? Mejor hubiéramos hecho un manual de gramática en vez de uno de abrazos; uno de preceptiva, o de morfosintaxis, que estableciera correctamente las relaciones de continuidad, de contigüidad, entre la brasa gris que da la ausencia y la curvatura suave del destino que pulsa intransigente acariciando ahora el fondo de tu seno. Dicen que debo llorar, pero estoy seco.
- No sueñes más, despierta-. Voland, en la ventana, lo confirma - El sueño de Courbet que va soñando-. Rimbaud besa a Verlaine, lo toma de la mano, se aproxima, le ciñe la cintura, la acaricia.
Los labios que me rozan son los tuyos, tuyas las palmas y tuyos los gemidos que me cubren. La voz te pertenece y las palabras las escuché otra vez, a media noche: En ésta y otras vidas, vida mía, casi todo lo que importa vuelve, es relativo.
La mano en la maleta me recuerda que es la fecha. Voland sigue la frase: catorce de Nissan, estaba escrito.
La idea, cosa extraña, no me duele. Dicen que debo olvidar, eso recuerdo.
Ayer Courbet, hoy Munch. La calma, la tormenta. Verlaine besa a Rimbaud. Preciosa, precisa, perfecta aliteración de los desamores. Después de ti, la semántica, mis dos debilidades favoritas. Fuego, ilusión de la imaginación y la memoria ilusa cubierta de hojas impresas o viajeras. Esponjado, suave,... Dicen que debe quemar; y quema.
Nacer es despropósito: Sófocles dixit. Lo malo es que se nace de repente, cabecea Voland a un Flaubert triste, sentado en su maleta, rememorando los muros y las miras: de repente te mueres y luego de tres días te sepultan. Marta y María, en sendas sillas, vierten bajo la enagua perfumes de tomillo. También suelen servir, hacia las once y media, copitas de angostura. Lázaro no vuelve. Dicen que debes beber y bebes.
Eterno sepelio. Desnudo frente al frío retomas la prosa oscura; los ojos en la mesa, en la letra alocada. Desnudo abres la frase en dos mitades: medio tú frente a mí, otro medio a la espalda, paradoja de tres que no llegan a dos por ser más de uno y medio. Rimbaud, Verlaine, Flaubert, Marta y María duermen sobre la mesa, yo leo a Eça. Todo se va agotando... Dicen que debe doler: duele.
Giran los ardores del vientre en un puchero: los vuelve, los revuelve, los mezcla, los separa, los liba calientitos con dos toques de azul y uno de ron. Queimada. Flaubert es pernicioso, bien lo sabes. Se nos deshoja entero tras de la sinrazón de la razón que no comprende más razones que las propias. Silogismo incorrecto el del francés, ça va de soie: el corazón no razona; dicen que debe latir: late.
El que nunca duerme, mece entre sus sueños la memoria. La mima, la acaricia, canta un fado, una nana et corpore insepulto gratia plena y amén. Tengo que reestudiar latín, ¿no había en el baúl una vieja gramática en buen uso? Conviene, cuando por amor se elige un náufrago, saber de lenguas muertas y aún de lenguas húmedas como las de los peces, para enredar la propia con la ajena dándole a la saliva el tono justo: ni tanto que diluvie un mar de babas ni menos que sea el beso como un raspor estéril de cardo en flor. Saberlo todo crea sonrisas ocultas. Miento. Sonríe el viajero mirando el equipaje. Calla, tú desde allá me miras, Verlaine duerme, Rimbaud sueña, Marta y María juegan a enamorar el vuelo de las moscas, enagua con enagua confundidas porque nada ni nadie resucita. Dicen que debo estudiar: estudio y beso. Estudio el recuerdo de los besos.
Lo peor de alquilar la sala a los fantasmas es el borrar cansado de sus líneas; escriben por todas partes, en todos lados, sobre cualquier superficie y a no importa qué hora. El rasgueo de la pluma, en un descuido, se cuela entre las piernas muslo arriba y te anota una rima en la cintura, o un epitalamio al bies de la cadera. Ayer, sin ir más lejos, encontré un caligrama de palomas justo en la bisectriz de mi ángulo más sabio, aquel que te miraba escoger flores del vivero, conociendo su futuro. Respetar ahora el tapiz de la piel; Él ya casi no escribe porque viaja, náufrago de sí mismo y sus naufragios. Tan parecido a ti que a ratos, de extrañarte, asomo la cabeza a su veliz por ver si entre los muros y los hierros que esconde, encuentro pedacitos de tu boca con que calmar el hambre de los pulsos e invocar el nombre de aquel que guardaba de los paganos a los moros. Dicen que debo robar, y robo -de la mesa- alguna foto.
Ahora, me miran tomados de sus huesos, falange con falange, mis fantasmas. Más desnudo que ellos, paseo los recuerdos de sus huecos a otros huecos y saco, estremecidos de angustia los dientes, montones de preguntas que son tuyas, de culpas, de pecados, de escamas y adjetivos que te debo. Sólo a través del agujero de sus calaveras puedo hablarte. Dicen que debo temblar: tiemblo.
¿Ves cómo no fue bueno apuntalar la vida sobre el pilar inútil de las letras? Decapita el amor que tout le reste c’est literatture -Es malo tu francés, me susurra Verlaine, las “tes” fuera de sitio- No importa –le contesto- yo quiero que la idea me corte la cabeza, que me arranque de cuajo este sentido noble, doméstico y cabal de la existencia, que me funda en el mar, línea tras línea. ¿De qué me sirve ser cuando aún no es ella? Nada me resta ya salvo palabras. Significados y significantes que nada significan porque han perdido, al menos, un treinta por ciento de tristeza semántica y se desarticulan. Perdieron, por perder, hasta el perfil de sema más pequeño, miniminúscula nimiedad de nada. Y me importa poco volverme trabalenguas; últimamente esto no es un cuento, ni un relato, ni una historia, ni una estampa, ni una miniestupidez de ésas que parecen receta de cocina en la tasca de enfrente. Por ser, es mi encarnación viva de la idiocia: gira y gira, girándula; el hollar de los dedos cerca de los tobillos al son de una guaracha -o huaracha- ni sé escribir el baile ni ganas de buscar un diccionario. – Intento cubrirme la tristeza con piel nueva, Rimbaud con su camisa, Marta y María no se acercan, Voland fuma tranquilo el último cigarro - Sólo Benedetti entiende: Níveos están los ojos de su azúcar. No intentes olvidar, goza y recuerda.
Recuerdos del mar navegándome por dentro. Se estremece en ruido de metal con un insólito temblor de campanarios que obligan a las fieras dibujadas a enterrárseme en las sienes. ¿Ves? Mejor hubiéramos hecho un manual de gramática en vez de uno de abrazos; uno de preceptiva, o de morfosintaxis, que estableciera correctamente las relaciones de continuidad, de contigüidad, entre la brasa gris que da la ausencia y la curvatura suave del destino que pulsa intransigente acariciando ahora el fondo de tu seno. Dicen que debo llorar, pero estoy seco.
- No sueñes más, despierta-. Voland, en la ventana, lo confirma - El sueño de Courbet que va soñando-. Rimbaud besa a Verlaine, lo toma de la mano, se aproxima, le ciñe la cintura, la acaricia.
Los labios que me rozan son los tuyos, tuyas las palmas y tuyos los gemidos que me cubren. La voz te pertenece y las palabras las escuché otra vez, a media noche: En ésta y otras vidas, vida mía, casi todo lo que importa vuelve, es relativo.
La mano en la maleta me recuerda que es la fecha. Voland sigue la frase: catorce de Nissan, estaba escrito.
La idea, cosa extraña, no me duele. Dicen que debo olvidar, eso recuerdo.